martes, 21 de abril de 2009


Por Walter Romero Gauna
Extracto de la nota publicada por la revista ABC, de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires.

Con un discurso sereno y pausado, Víctor Hugo Morales escoge cada palabra que utiliza en sus respuestas. Los bienes culturales "enriquecen y cargan la mochila con más elementos para que cuando se necesite una palabra, una idea o cuando se quiera construir un discurso, salga embellecido por esta influencia", afirma.
La lectura ha signado su vida. Los libros le han regalado imaginación, metáforas y tiempo para estar consigo mismo. Leer un libro es "incorporar algo que vos no sabés en qué lugar y en qué momento va a surgir como un enriquecimiento que uno se ha permitido tener", asegura.
–¿Cuál es la importancia que se le da a la cultura general y al conocimiento en la sociedad actual?
– Yo creo que mucho. A veces estamos un poco decepcionados por lo que se critica a la televisión, a la que se le da un peso muy fuerte en la sociedad. Y creo que la visión debe ser un poquito más global. Hay muchísimas actividades culturales. El país tiene mucho aprecio por el valor cultural y hay muchísima gente que trabaja en función de esos valores. Quizás el mayor drama lo tenemos en lo que llamamos la educación. La gente que no tiene buena formación accede con más dificultades a la vida cultural. Pero creo que tenemos oferta y mercado cultural que no debería apesadumbrarnos ni en el número ni en la calidad.
–El conocimiento da más valor al trabajo de cada uno...
–Naturalmente. Una persona que tenga curiosidades e inclinaciones muy fuertes hacia los aspectos culturales –sean los libros, el cine, el teatro o el mundo plástico– se enriquece y carga la mochila con más elementos para que cuando necesite una palabra, una idea o cuando quiera construir su discurso, salga embellecido por esa influencia. Si uno tiene un apoyo de esa naturaleza, está más sólido, más fuerte.
–¿Son injustas esas verdades que dicen que los jóvenes no leen o que son una generación perdida?
–Tiene mucho poder mediático cuando te anuncian que los jóvenes no salvaron los exámenes masivamente; tiene mucho poder mediático el mal comportamiento de un muchacho en la escuela. El mundo de la información televisiva nos ha hecho pensar en una percepción estadística muy equivocada. El hecho de que te pasen 20 veces una pelea de muchachos en el colegio o un chico que se comporta mal con una profesora y es agresivo con ella, parece que implicaría el comportamiento de todos los jóvenes, cuando estamos hablando apenas de uno. Quizás haya miles como ellos, pero también hay millones que no son como esos chicos, que estudian, que se relacionan correctamente con los demás jóvenes y que son respetuosos con los mayores. Yo no encuentro para nada una juventud perdida. Encuentro, en los ámbitos que yo me desenvuelvo con los jóvenes, unas ganas, unas ilusiones y también dificultades, porque es más difícil hoy poder insertarte en el mundo laboral. Cuando yo tenía 15 o 16 años no imaginaba que iba a tener la mínima dificultad de conseguir trabajo. El futuro es muy incierto para los jóvenes y eso provoca una gran inquietud y un desencanto prematuro. Muchas veces he conocido jóvenes que se preguntan: Estudio, me mato y para qué, para trabajar en dónde. Pero la mayoría igual hace una apuesta. Los jóvenes que yo conozco de cerca –y los que he conocido a través de este programa– me hablan de una juventud en la que de ninguna manera es justo sintetizar diciendo que la juventud no quiere saber de nada, está vacía. Yo discrepo con eso.

La influencia de los medios
–¿Los medios educan?
–No. Ni siquiera tengo demasiado claro que tengan esa responsabilidad. Cada profesional es responsable de saber que, a través de un medio de comunicación, también participa de la construcción del buen ciudadano, de la capacidad de pensar de esa gente, del gusto por pensar y reflexionar y no quedarse con las ideas primarias, que son las primeras que recibimos en todos los órdenes de la vida y que a veces asimilamos como propias sin discutirlas. Yo advierto que hay muchos programas que tienen mucho valor en la televisión. No veo televisión porque mis hábitos y mis horarios me lo impiden, hago un zapping muy modesto a la medianoche y alguna vez cuando voy a dormir la siesta, para tomar sueño, pero jamás me engancho. No miro televisión, pero leo mucho sobre lo que se dice sobre la televisión. Creo que hay muchísimos programas que son sólo de entretenimiento y que apuntan a jugar y nada más, y no está mal si eso está compensado por otro tipo de ficciones que te hagan pensar.
–¿No cree que se ha estigmatizado un tanto a la televisión?
–No me gusta tanto estigmatizar la televisión. Por supuesto que hay una influencia que es muy negativa. Creo que lo más negativo que tenemos son los canales de cable informativos, que son muy vistos y que como no tienen manera de llenar las 24 horas, son muy repetitivos. Entonces toman este caso desgraciado de este chico secuestrado y asesinado, y lo usan como un espectáculo. No tienen un límite, es la necesidad. A los noticieros centrales no los veo y alguna vez pesco los de la medianoche, que son rápidos e informativos y que no se entretienen con ninguna información. Creo que son los correctos noticieros y que los de las 7 o las 8 hacen un poco más la búsqueda del espectáculo. Pero los noticieros de ese tipo y los canales de cable informativo son los que a mí me preocupan desde el punto de vista de la creación de una percepción de la realidad que no se corresponde. Me preocupo por las noticias que mi hija capta: te angusties por el mundo, le temés al mundo, te llena de incertidumbres y de preguntas prematuras, de un desencanto prematuro. Yo era un chico que leía los diarios fanáticamente, bien informado, y que escuchaba programas políticos a los 13 o 14 años, pero no estaba saturado de esa información espectáculo que hoy día se da.

La lectura
–¿Los jóvenes leen mucho en nuestro país?
–Creo que leen menos que antes. Pero también hay que analizar cuáles son las acechanzas y la vida. Yo no tenía internet. Esas horas que se van con internet o con la televisión, son horas que se le quitan a la lectura. La lectura exige tiempo, aunque sea dos o tres horas; tiempo y ejercitación. Ése sí que es un valor que me preocupa. Yo creo que la cantidad de libros que leen los jóvenes está por debajo de lo que leíamos antes.
–¿El gran problema de la lectura es la competencia que tiene con el mundo de la imagen?
–La imagen ha sido tremenda, un rival pavoroso. Los que venimos desde antes como lectores, sabemos que no hay nada de la televisión que pueda tener más imágenes que un libro. Un libro está ilimitadamente lleno de imágenes. Es un poder muy grande. Pero la necesidad de abstracción que crea un libro, comparado con la necesidad de distracción que te propone la televisión, por ejemplo, es una derrota si no se ejercita la lectura. Creo que esto es tarea de los padres. Yo paso al lado de mi hija de 11 años, que es muy lectora, y cada vez que está leyendo un libro le digo –como si fuera en serio– que me dan ganas de regalarle el mundo, que me pida lo que quiera. La estimulo.
–Una imagen no vale más que mil palabras...
–Depende. En publicidad sí, pero en cultura no.

Fragmento de la entrevista publicada en ABC, revista de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires

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